Para los niños, los beneficios son muchos. La natación mejora sus capacidades cardiorrespiratorias, favorece su alineación postural y beneficia su coordinación muscular, desarrollando sus capacidades sensoriales y psicomotrices.
Pero el agua también puede ser peligrosa para los niños cuando no se adoptan las precauciones adecuadas; según cálculos de la OMS en el mundo mueren cerca de 360,000 personas al año de las cuales según estudios en EE.UU., casi 1,000 niños pierden la vida al año por ahogamiento, tratándose de la segunda causa de muerte por accidente en personas de 5 a 24 años.
Por lo tanto, no se trata de aprender respuestas sino de desarrollar la capacidad de responder a las exigencias del medio acuático, algo que cada niño realizará a su manera, si le damos la oportunidad de practicar en diferentes situaciones. El sentido que damos habitualmente a este concepto en nuestras prácticas acuáticas agrupa a un conjunto de conductas como la confianza en sí mismo, la confianza en el entorno, la toma de iniciativa, la autonomía / independencia, la afición por la exploración, la aventura, el riesgo, el dominio y el control de las interacciones entre el niño, los demás y el entorno.